La furia cordobesa derivó en escándalo

Los hinchas de Talleres reaccionaron con una violencia inusual apenas quedó consumado el descenso. Como no pudieron atacar a sus jugadores y tampoco a la hinchada visitante, fueron dos fotógrafos de Clarín que se cruzaron en su camino quienes sufrieron consecuencias de esta barbarie.
Uno de los reporteros gráficos, Daniel Cáceres, recibió un botellazo en la cabeza, que le produjo un corte y además un golpe en un ojo y otro en la frente, y debió ser atendido en un hospital. Además su automóvil y su equipo fotográfico, igual que los de Santiago Flaim, el otro fotógrafo de Clarín, sufrieron roturas.
Los barrabravas de Talleres centralizaron su combate contra los efectivos policiales. En estos desmanes, originados dentro de la cancha y extendidos en las calles aledañas al estadio Olímpico, hubo destrozos y 23 heridos, entre ellos diez policías, aunque ninguno de gravedad, pese a que uno de ellos fue acuchillado. Tras las corridas y las refriegas, se informó que hubo 55 vándalos detenidos.
Cuando Rafael Furchi dio el silbatazo final surgió el gran contraste. De un lado la desbordante alegría de los jugadores de Argentinos que salieron como misiles hacia la Tribuna Sur, donde 2.000 hinchas del equipo de La Paternal festejaban ruidosamente el retorno a Primera. Todos se abrazaban, saltaban, disfrutaban...
Y enfrente los hinchas de Talleres protagonizaban el hecho lamentable. Diez de ellos saltaron a la cancha, ante la pasividad policial, y como no encontraron con quién descargar su bronca se la agarraron con la Policía. Le tiraron todo tipo de proyectiles, mientras los uniformados se protegían con sus escudos. Llegó el gas, las corridas en la tribuna y el caos generalizado.
Los problemas siguieron afuera del estadio, con nuevos choques entre los enfurecidos hinchas de la T y la policía. Se escucharon varios disparos de balas de goma y las puertas del estacionamiento y de la tribuna visitante permanecieron cerradas por largo rato.
César Velázquez, arquero de Argentinos, fue otra víctima de la locura. Cuando ingresaba al vestuario recibió un proyectil en la cabeza que lo desparramó por el piso. Pero fue rápidamente atendido y se comprobó que el golpe no revestía gravedad.
Segundos antes de esta agresión al futbolista visitante y mientras el desorden y la locura dominaba la tribuna local, Sergio Batista, en medio de la cancha, se emocionaba al recordar a su padre fallecido y le restaba importancia a las duras críticas que le habían hecho hace apenas unos días muchos hinchas de Argentinos. "Ahora tenemos que disfrutar este momento".
Fiesta desbordante de un lado. Locura y violencia del otro. Fue el contraste de otra tarde de fútbol argentino.
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